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Omraam M. Aivanhov
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Consejos para el transcurso de la jornada.
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Vivir bien las 24 horas.
Todo
vuestro destino está inscrito en la vida que vosotros lleváis hoy, en
la dirección que dais a vuestros pensamientos y sentimientos, en las
actividades en las que gastáis vuestras energías.
Porque, según
estéis atentos y vigilantes o no, allanáis las dificultades o, por el
contrario, las aumentáis con todo tipo de cosas inútiles o incluso
nocivas que impiden vuestro perfecto desarrollo.
Ahí está el
sentido de las palabras de Jesús cuando decía que no pensáramos en el
mañana, porque si cada día que pasa vigiláis que vuestro comportamiento
sea óptimo, el mañana será completamente libre y vosotros tendréis
libertad para emprender cuanto deseéis sin dejar por ello de permanecer
vigilantes, para evitar que nada se quede coleando, a medio hacer.
De
esta manera cada nuevo día os encontrará bien dispuestos, preparados
para respirar, para estudiar, para regocijaros, para cantar, y toda la
vida tomará un color extraordinario de felicidad y de bendición.
Así es como hay que comprenderlo. Teniendo cuidado de liquidarlo todo hoyes como pensáis indirectamente en el mañana.
Por
lo tanto no penséis en el mañana, pensad en el momento presente.
Si todo está arreglado para hoy, lo estará automáticamente para mañana.
Y como todo queda inscrito, una vez que hayáis vivido una jornada espléndida, una jornada de vida eterna, ésta queda registrada y no muere nunca, queda viva y lucha para que todos los demás días se le parezcan.
Probad al menos de vivir bien un solo día, y éste arrastrará a los
demás: les invitará para hablarles y convencerlas de ser como él,
equilibrados, ordenados, armoniosos.
Como todavía no habéis
estudiado el lado mágico de esta cuestión, decís: «¿Qué se puede hacer
en un solo día? Aún estoy desorganizado, pero mañana irá mejor». Sí, irá
mejor pero a condición de que hagáis enseguida todos los esfuerzos para
restablecer el orden. Si no es así, ocurre como en los juegos de feria:
con una pelota tiramos una caja o un bolo, el cual, en su caída,
arrastra al resto.
- Vigilarse sin descanso.
Preguntamos
a alguien: «¿En qué piensas? - No lo sé.» No se ha observado nunca, por
lo que no le importa qué corrientes circulan a través de él; puede
tratarse de cualquier tipo de suciedad, de cualquier imagen espantosa,
¡Y él está inconsciente! ¿ Cómo, pues, en semejantes condiciones, podrá
trabajar sobre bases sólidas?
Está dicho en los Evangelios:
«Estad atentos, porque el Diablo, como un león rugiente, está presto
para devoraros». Está claro que no veréis ni al león, ni al Diablo en el
plano fisico, porque es en el plano interior donde estáis amenazados.
Es ahí donde hay deseos, proyectos, pasiones y codicias que quieren
anularos. Y si vosotros no estáis iluminados y atentos, atraeréis las
desgracias.
No es suficiente evitar el caer, herirse o romper
algo; hay que evitar el transgredir las leyes del mundo invisible. En el
plano psíquico hay una serie de mecanismos que ponemos en marcha sin
saberlo, entidades a las que molestamos y leyes que transgredimos, y
después sufrimos las consecuencias, somos castigados.
Lo más
importante para el discípulo es, por lo tanto, comprender que debe
vigilarse, estar atento, despierto, para conocer en cada instante lo que
pasa en él: las corrientes, los deseos, los pensamientos que le
atraviesan, las influencias, los impusos que siente. Trabajando así
conscientemente, alimentando un ideal muy elevado, se une a Entidades e
Inteligencias supremas que vienen un día a instalarse en él y le
permiten asumir pesadas tareas y triunfar en numerosas dificultades.
- Saber orientar las energías.
En
el gran libro de la naturaleza viviente podéis leer que es
absolutamente importante para la evolución de cada ser que sepa cómo
gasta sus energías, en qué campo o en qué actividad las emplea.
Estas energías han sido contadas, pesadas y medidas, y él es el responsable.
El cielo no le ha dado energías para que las desperdicie; todo lo que hace se anota, está inscrito.
Así pues, en el libro de la naturaleza
viviente podéis leer esto: «Bienaventurados los que consagran y utilizan
todas sus energías fisicas, mentales y afectivas para el bien de la
humanidad, para el Reino de Dios y Su Justicia».
Si desperdiciáis
vuestras energías en cóleras, en excesos de sensualidad, en actividades
egoístas y criminales, ellas van a alimentar el Infierno. Porque son
los humanos quienes, con su ignorancia, contribuyen a sostener y a
alimentar el Infierno; están extraordinariamente instruidos en todas las
ciencias, pero jamás han oído hablar de su responsabilidad en la
utilización de sus energías.
Una de las primeras tareas del
discípulo es la de preguntarse si está empleando sus energías en un fin
egoísta o en un fin divino. Todo el secreto está ahí. Si os hacéis
claramente esta pregunta cada día, ¡cuántas cosas podréis mejorar en
vosotros mismos! Está claro que no lo lograréis enseguida, pero así
aprenderéis a ser conscientes; si no, seguiréis sometidos al karma, al
destino. No olvidéis nunca esto.
En todo lo que yo os digo, hay
puntos sobre los que deberéis reflexionar cada día, y otros simplemente
cuando las circunstancias lo permitan.
Podéis, por lo tanto, olvidaros de muchas cosas, pero no de ésta.
Cada día os pedimos que seáis conscientes, que os deis cuenta a cada instante de cómo empleáis vuestras energías.
Más aún cuando podéis hacerlo en cualquier parte; en
la calle, en el metro, en la consulta del dentista, en vuestra cocina,
podéis echar una mirada en vosotros mismos y preguntaros: «Veamos, si
debo comenzar tal o cual actividad, ¿qué voy a gastar?, ¿ es útil?» El
trabajo al que consagráis vuestras energías es un punto esencial, nunca
se insistirá suficientemente sobre esto.
- Saber economizar las energías.
Tanto
la vida interior como la exterior, están sujetas a ciertas
alternancias: vienen unos dias fértiles, y después otros estériles, y
así sucesivamente... El que no toma ninguna precaución es como una de
esas vírgenes necias * de las que habla el Evangelio, y cuando se siente
vacío, despojado, se queja, disgustado: «He perdido todo, no me queda
nada, ni inspiración, ni alegría».
En lugar de ser inconsciente y
malgastar las propias riquezas en los días favorables, hay que prever
que tarde o temprano llegará un período dificil, y que hay que acumular
provisiones, es decir energías para este período.
Por lo tanto,
cuando os regocijéis, no vayáis hasta el fondo de este regocijo,
economizad un poco, de lo contrario lloraréis. Regocijaos, pero sin
pasar de un cierto límite. Si no observáis esta regla, seréis como un
borracho, que habiendo bebido una copa de más, anda titubeando por las
calles: choca contra un muro, siente que es un obstáculo, recula,
pero... ¡hop! vuelve a chocar con el muro de enfrente. Y así
sucesivamente... los dos muros envían al pobre borracho de un lado al
otro. No hay que llegar nunca a los extremos. Un extremo os repelerá
siempre hacia el otro extremo, y bamboleándoos eternamente de un extremo
al otro, perderéis todas vuestras energías.
- Las relaciones entre el hombre y sus células.
Según
la Ciencia iniciática, una célula es una criatura viviente, una pequeña
alma inteligente que sabe cómo respirar, cómo alimentarse, producir
secreciones, proyecciones... Mirad cómo trabajan las células del
estómago, del cerebro, del corazón, del hígado, de los órganos sexuales;
incluso están especializadas. La unión de todas estas criaturas, la
suma de sus actividades, es nuestra inteligencia. Nuestra inteligencia
se basa en la inteligencia de todas esas pequeñas células: nosotros
dependemos de ellas y ellas dependen de nosotros; formamos una unidad.
En el plano físico no podemos hacer nada sin el consentimiento
de nuestras células; el día que paran de trabajar, el funcionamiento de
nuestro organismo queda perturbado: la nutrición, la eliminación, la
respiración...
El hombre es la síntesis de todas esas
inteligencias que están ahí, dentro de él. Por eso debe acostumbrarse a
visitar sus células, a hablar a ese pueblo que está ahí, que le escucha,
que atiende, que está a su servicio, pero que él ha olvidado,
abandonado y del que casi siempre se ríe.
El que fuma, por
ejemplo, o el que bebe desmesuradamente, molesta a estas bellas almas
que viven en sus pulmones o en su corazón, y ellas le piden, le suplican
que pare, pero él continúa molestándolas hasta provocar una enfermedad.
Debéis
mostraros, pues, muy atentos y llenos de amor hacia vuestro propio
pueblo; si así lo hacéis cuando algo no funciona bien, él os previene
por medio de ciertos signos para que toméis precauciones, y de esta
manera podéis evitar muchos inconvenientes. De otra forma, nadie os
previene, y en el último minuto, cuando ya no hay nada que hacer para
remediarlo, os preguntáis por qué no habéis recibido ninguna señal,
ninguna advertencia. Pero si sabéis comportaros con vuestras células,
ellas os previenen del más mínimo trastorno, porque os aman...
Los
pensamientos y las palabras positivas que enviáis a cada uno de
vuestros órganos y de vuestros miembros producen cambios benéficos. Si
cada día, durante algunos minutos, os acostumbráis a pensar en vuestras
células y a hablarles, podréis mejorar vuestra salud.
Haced por
ejemplo este ejercicio. Poned vuestra mano sobre el plexo solar, y en
esta posición dirigíos a vuestras células: pedidles que remedien todo lo
que no funcione bien en vosotros, pero dadles las gracias también por
su buen trabajo. Ellas os entenderán porque el plexo solar dirige todos
los procesos inconscientes del organismo: secreción, crecimiento,
circulación, digestión, eliminación, respiración... De esta forma podéis
hablar a vuestras células, ser entendidos por ellas, y eso tanto más
cuanto mayor sea vuestra fe y el poder de vuestro pensamiento.
- Cómo espiritualizar todas nuestras actividades.
Muchos se imaginan que para ser espiritual hay que consagrarse a la meditación y a la oración.
No,
cualquier trabajo, incluso espiritual, se convierte en algo
extremadamente prosaico cuando no introducimos en él una idea sublime,
un ideal superior; y al contrario, cualquier trabajo prosaico puede ser
espiritualizado si sabemos introducir en él un elemento divino. La
espiritualidad no consiste en rechazar toda actividad fisica, material,
sino en hacer todo en aras de la luz, para la luz y por la luz. La
espiritualidad es saber utilizar cualquier trabajo para elevarse, para
armonizarse, para unirse a Dios.
Sea cual sea vuestra ocupación,
aunque no sea nada más que por uno o dos minutos, debéis habituaros a
establecer varias veces al día la unión con Dios. No es la duración de
la concentración lo que cuenta, sino la intensidad. Concentraos así un
momento, y después os paráis; un poco más tarde os volvéis a concentrar
de nuevo durante un momento, etc...
Si os ejercitáis en
restablecer constantemente la unión con Dios, lograréis alcanzar
cualquier meta que emprendáis con mucha más facilidad que antes. Cuando
nos unimos a Dios antes de cada trabajo, de cada ocupación, el sello del
Eterno marca todo cuanto hacemos. Debéis uniros, pues, constantemente a
El, estéis donde estéis; es así como cada una de vuestras acciones se
impregnará de una influencia celeste...
Haced el siguiente
ejercicio: a cada hora, pronunciad la fórmula: «¡Gloria a Ti, Señor!» y
dirigid vuestro pensamiento hacia Dios. Comenzad por hacer este
ejercicio 12 veces al día consultando vuestro reloj. Más tarde, cuando
os hayáis acostumbrado, será para vosotros tan beneficioso que nada
podrá expresar el gozo que esta fórmula os aportará.
Cuando andéis, al avanzar sucesivamente el pie derecho y el pie izquierdo podéis decir: Sabiduría, Amor... Sabiduría, Amor.
Cuando
lavéis la vajilla, cuando estéis barriendo, etc... podéis decir:
«Señor, de la misma manera que yo lavo estos platos, lava mi alma... De
la misma manera que yo limpio el suelo, limpia mi corazón de sus
impurezas...» etc.
Cualquiera que sea la acción que llevéis a
cabo, podéis uniros al amor, a la sabiduría, a la verdad, a fin de que
estos principios participen en vuestras actividades y les den vida. Por
ejemplo, cuando comáis, decid: «Como el primer bocado por el amor, el
segundo por la sabiduría, el tercero por la verdad...» Mientras que os
vestís por la mañana, a medida que cogéis una prenda, decid: «Por el
amor... por la sabiduría... por la verdad...» y no os hará ningún mal el
añadir: «Por la pureza... por la justicia... por la belleza...»
Cuando
tenéis el pensamiento ocupado por estas virtudes, desencadenáis fuerzas
sublimes que vosotros mismos ponéis en acción. Cuando estáis cocinando,
vuestros gestos son mágicos.
Podéis, por lo tanto, preparar los
platos diciendo: «He aquí el amor, he aquí la sabiduría, he aquí la
verdad.» Y el que coma este alimento será iluminado.
Cuando
tocáis o movéis los objetos, hacedlo como si todo vuestro cuerpo
estuviese cantando y bailando y veréis cómo la armonía de vuestros
gestos se reflejará sobre vosotros todo el día. La gente da patadas a
los muebles, da golpes con las puertas, zarandea las sillas sin darse
cuenta que la forma en la que hace las cosas la pone en tal o cual
estado. Pero probad un día en que vosotros estéis nerviosos, coléricos.
Decid: «¡Ah! este es el momento de hacer ejercicios.» Y coged entonces
un objeto, hacedle algunas leves caricias, así, amablemente, y en ese
mismo momento sentiréis que transformáis algo en vosotros mismos, como
si cambiarais las corrientes.
- La importancia de la armonía.
Meditad
cada día sobre la armonía, amadla, deseadla, a fin de introducirla en
cada uno de vuestros gestos, de vuestras miradas, de vuestras palabras.
Por la mañana, al despertaros, pensad en comenzar el día concertándoos
con el mundo de la armonía universaL.. Cuando entréis en una casa,
vuestro primer pensamiento debe ser:
«¡Que la armonía y la paz reinen en
esta casa!»
Impregnaos continuamente de la palabra armonía,
guardadla en vosotros como una especie de diapasón, y en el momento en
que os sintáis un poco inquietos o confundidos, coged este diapasón,
escuchadle, y no hagáis nada antes de haber armonizado de nuevo todo
vuestro ser. La armonía es la base de todos los éxitos, de todas la
realizaciones Divinas. Antes de comenzar cualquier cosa, aprended a
concentraros en la armonía y entonces podréis ejecutar trabajos que
darán resultados por toda la eternidad.
- ¡Aprended a dar las gracias!.
Los
humanos son ingratos con el Creador, ingratos con la naturaleza, e
incluso los unos con los otros. No saben que la gratitud, el
reconocimiento, son fuerzas desconocidas que desintoxican el organismo y
neutralizan los venenos.
Haced este ejercicio: intentad, por
ejemplo, dar las gracias durante todo el día. Sí, durante todo el día,
repetid: «Gracias... gracias... gracias... gracias...» Diréis: «¡Pero
así perdemos nuestro tiempo!» Al contrario, así lo ganáis.
La
primera tarea del discípulo que quiere perfeccionarse es la de aprender
lo que es gratitud, porque de esta forma un día obtendrá la clave de la
tranformación de la materia, de su propia materia.
Extracto de LA NUEVA TIERRA
OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV
ANTERIOR Omraam M. Aivanhov - El aire y la armonía. III
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