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Annie Besant
El Hombre.
II de IV
Otra señal de progreso es
cuando el hombre principia a regular su conducta por conclusiones a que
por sí mismo ha llegado en lugar de seguir los impulsos que recibe de
afuera; pues entonces actúa con arreglo a su acopio de experiencias,
recordando sucesos pasados, comparando los resultados obtenidos por
diferentes líneas de conducta, y en su vida, decidiendo la que adopta
para la presente. Entonces principia a predecir, a prever, a juzgar el
porvenir por el pasado, a razonar de antemano recordando lo que ha
sucedido antes, y cuando hace esto, es que ya existe en él un desarrollo
bien claro como hombre. Puede estar aún limitado a funcionar en su
cerebro físico; puede que fuera del mismo sea todavía inactivo, pero
esto, no obstante, es una conciencia que se desarrolla y que principia a
comportarse como individual, que escoge su propio camino en lugar de
vagar impulsada por las circunstancias, o de seguir la línea de conducta
que de afuera le imprimen.
El desarrollo del hombre se muestra
de este modo definido, desenvolviendo más y más lo que se llama
carácter, y más y más fuerza de voluntad.
Las personas de
voluntad poderosa y los débiles se distinguen por su diferencia en este
sentido:
el hombre débil es impulsado por influencias externas, atracciones y repulsiones, al paso que el fuerte, sigue impulsos internos propios, y se hace siempre dueño de las circunstancias, poniendo en juego fuerzas apropiadas, y guiándose para ello, por su acopio de experiencias acumuladas.
Este acopio que el hombre ha reunido y
acumulado durante muchas vidas, se hace más y más eficaz a medida que se
educa y refina el cerebro físico, y se hace, por tanto, más receptivo;
el acopio existe en el hombre, pero éste no puede emplear sino aquella
parte que puede imprimir en la conciencia física. El hombre mismo tiene
la memoria y razona; el hombre mismo juzga, escoge y decide, pero tiene
que hacerlo todo por medio de sus cerebros físico y etéreo; tiene que
obrar y trabajar con su cuerpo físico, con su mecanismo nervioso y el
organismo etéreo relacionado con éste.
A medida que el cerebro
se hace más impresionable, a medida que él mejora los materiales del
mismo y lo domina mejor, puede expresar su naturaleza propia cada vez
con mayor perfección.
¿Cómo debemos nosotros, los hombres vivos,
educar nuestros vehículos de conciencia a fin de que sirvan mejor de
instrumento? Ahora no estamos estudiando el desarrollo físico del
vehículo, sino su educación por la conciencia que lo usa como un
instrumento del pensamiento: el hombre que ha dirigido su atención a
mejorar físicamente su vehículo, debe decidirse a educarlo de modo que
responda pronta y consecutivamente a los impulsos que le transmite; y
para obtener este resultado tiene que principiar por pensar él mismo
consecutivamente, y enviando así al cerebro impulsos relacionados, lo
acostumbrará a trabajar ordenadamente por medio de grupos de moléculas
enlazados en lugar de emplear vibraciones accidentales sin conexión. El
hombre es el que inicia y el cerebro sólo imita; y una costumbre de
pensar descuidada y vaga, hace contraer al cerebro la costumbre de
formar grupos vibratorios inconexos.
La educación tiene dos
gradaciones: el hombre al determinarse a pensar consecutivamente,
ejercita su cuerpo mental en el enlace de los pensamientos, en lugar de
detenerse aquí y allí de modo causal; y luego pensando de esta forma,
educa al cerebro que vibra en contestación a su pensamiento.
De
este modo, el organismo físico, esto es, el organismo nervioso y el
etéreo, adquieren el hábito de obrar de una manera sistemática; y cuando
su dueño los necesita, responden fácil y ordenadamente, hallándose
prontos a sus órdenes. Entre un vehículo de conciencia así ejercitado y
uno sin educación alguna, hay la diferencia que entre las herramientas
de un obrero descuidado, que las deja sucias y embotadas, impropias para
el uso, y las del hombre que las atiende, las aguza y limpia; de modo
que cuando las necesita, las halla prontas y las puede usar para la obra
que desea llevar a cabo, y así debe estar el vehículo físico, pronto
siempre a responder a las necesidades de la mente.
El resultado
de una obra así constante sobre el cuerpo físico, no se limitará en modo
alguno a la capacidad progresiva del cerebro; pues cada impulso que se
envía al cuerpo físico tiene que pasar por el vehículo astral, y produce
su efecto allí también; y según hemos visto, la materia astral responde
más fácilmente que la física a las vibraciones del pensamiento, siendo,
por tanto, el efecto que produce en el cuerpo astral semejante método
de acción como el que hemos descrito, proporcionalmente mayor.
Bajo
su impulso, el cuerpo astral adquiere contornos más definidos y una
condición bien organizada, como ya se ha dicho; cuando el hombre ha
llegado a dominar el cerebro, cuando ha aprendido a concentrarse, cuando
puede pensar como quiere y cuando quiere, tiene lugar un desarrollo
correspondiente en lo que -si está físicamente consciente de ello-
considerará como su vida de ensueños; sus sueños se harán vívidos, muy
sostenidos, racionales y hasta instructivos; y es que el hombre
principia a funcionar en el segundo de sus vehículos de conciencia, o
sea en el cuerpo astral; es que entra en la segunda gran región o plano
de conciencia; y actúa allí en el vehículo astral aparte del físico.
Consideremos por un momento la diferencia entre dos hombres, ambos
"completamente despiertos", uno de los cuales usa inconscientemente el
cuerpo astral como puente entre la mente y el cerebro, y el otro lo
emplea conscientemente como un vehículo.
El primero ve del modo
ordinario limitadísimo porque su cuerpo astral no es aún un vehículo de
conciencia efectivo; el segundo usa la visión astral, y no se halla ya
limitado por la materia física: ve a través de todos los cuerpos
físicos, ve por detrás, así como de frente; las paredes y otras
substancias "opacas" son para él tan transparentes como el cristal; ve
las formas astrales y también los colores, las auras, los elementales y
demás. Si va a un concierto, ve combinaciones gloriosas de colores a
medida que la música se eleva; si asiste a una conferencia, ve los
pensamientos del orador en colores y formas, y adquiere así una
comprensión mucho más completa de sus pensamientos que cualquiera otro
que solamente percibe las palabras habladas; pues los pensamientos que
se expresan en símbolos, como palabras, se manifiestan como formas
coloreadas y musicales; revestidas de materia astral, se imprimen en el
cuerpo astral.
Cuando la conciencia está completamente despierta
en aquel cuerpo, recibe y anota todas estas impresiones nuevas; y muchas
personas, si se examinan a sí mismas atentamente, verán que en realidad
toman del orador mucho más que lo que las meras palabras aportan, aún
cuando no se haya dado cuenta de ello cuando estaban escuchando. Muchos
encontrarán en su memoria más de lo que el orador diga, como una especie
de sugestión que continuase el pensamiento, como si hubiese algo
alrededor de las palabras y las hiciese significar más de lo que
expresaran con el mero sonido, y esta experiencia demostraría que el
vehículo astral se está desarrollando; ya medida que el hombre se ocupa
de su modo de pensar y usa inconscientemente el cuerpo astral; éste se
perfecciona más y más en su organización.
La "inconsciencia"
durante el sueño es debida, ya a la falta de desarrollo del cuerpo
astral, ya a la falta de relación entre éste y el cerebro físico. El
hombre usa del cuerpo astral durante el estado de vigilia, enviando
corrientes mentales al cerebro físico por medio del astral; pero cuando
el cerebro físico, por el cual está el hombre acostumbrado a recibir las
impresiones externas, no está en uso activo, es como David en la
armadura que no había probado: no es tan susceptible a las impresiones
que le vienen sólo por conducto del cuerpo astral, a cuyo uso
independiente no está acostumbrado. Por otra parte, puede llegar a saber
usarlo independientemente en el plano astral, y sin embargo, no tener
conciencia de ello al volver al cuerpo físico -lo cual es otro grado en
el lento progreso del hombre-, principiando así a emplearlo en su mundo
respectivo, antes de llegar a relacionar este mundo con el interior.
Finalmente
llega a relacionarlos, y entonces pasa con toda conciencia de un
vehículo a otro y se halla libre en el mundo astral; ha engrandecido el
área de su conciencia en el estado de vigilia, incluyendo en ella el
plano astral: de modo que actuando en el cuerpo físico, dispone a la vez
por completo de los sentidos astrales, y puede decirse que vive al
mismo tiempo en dos mundos, sin que entre uno y otro haya interrupción
ni vacío alguno, y entonces su percepción del mundo físico es como la de
un ciego de nacimiento que abriese los ojos a la luz.
En el
grado siguiente de su evolución, el hombre principia a obrar
conscientemente en el plano tercero o mental; por largo tiempo ha estado
obrando en este plano, enviando desde él todos los pensamientos que
toman forma activa en el mundo astral y se manifiestan en el físico por
medio del cerebro. Así que se hace consciente en el cuerpo mental, o sea
su vehículo mental, ve que cuando piensa crea formas, y se hace cargo
de este acto creador, poder que hasta entonces había ejercido
inconscientemente. El lector podrá quizás recordar, que en una de las
cartas citadas en el Occult World (Mundo Oculto), un Maestro dice que
todos los hombres crean formas mentales, pero hace la distinción entre
el hombre común y el Adepto. (Empleamos aquí la palabra Adepto en un
sentido muy amplio, incluyendo Iniciados de varios grados muy por debajo
de un "Maestro").
En este estado del progreso, el hombre aumenta
considerablemente sus aptitudes para hacer bien; pues cuando puede
crear conscientemente una forma mental y dirigirla, forma llamada
generalmente un elemental artificial, puede emplearla para obrar en
sitios adonde entonces no le convenga ir en su cuerpo mental. De este
modo puede obrar tanto desde lejos como de cerca, y aumentar su
eficacia; domina a estas formas mentales a distancia, vigilándolas y
dirigiéndolas en su obra, y las convierte en agentes de su voluntad.
Cuando el cuerpo mental se desarrolla y el hombre vive y obra en él
conscientemente, conoce la vida más amplia y grande que tiene en el
plano mental; mientras permanece en el cuerpo físico, al mismo tiempo
que por su medio está consciente de cuanto le rodea en el plano del
mismo, hállase completamente alerta y activo en el mundo superior, y no
necesita dormir al cuerpo físico para gozar de las facultades
devachánicas.
Generalmente emplea el sentido devachánico,
recibiendo por su conducto impresiones de todas clases del plano mental,
de modo que percibe todo el trabajo mental de otros, lo mismo que
percibe sus movimientos corporales.
Cuando el hombre ha alcanzado
este estado de desarrollo, el cual es relativamente elevado con
referencia al término medio de la humanidad, aunque inferior comparado
con el que aspira obtener, funciona entonces conscientemente en su
tercer vehículo o cuerpo mental, se hace cargo de todo lo que hace en
él, y experimenta los poderes así como las limitaciones del mismo.
Necesariamente también aprende a distinguir entre el vehículo que usa y
él mismo, y entonces siente el carácter ilusorio del "yo" personal, el
"yo" del cuerpo mental, no el del hombre, y se identifica
conscientemente con la individualidad que reside en aquel cuerpo
superior, el causal que mora en los subplanos más elevados, los del
mundo arupa. Ve que él, el hombre, puede desprenderse del cuerpo mental,
puede dejarlo atrás y elevarse más, permaneciendo, sin embargo, el
mismo; entonces conoce que las muchas vidas no son, en verdad, más que
una, porque él, el hombre viviente, permanece el mismo en todas ellas.
Extracto de EL HOMBRE Y SUS CUERPOS
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